El otro día, después de que los Pablos me dejaran las piernas como un flan en el gimnasio, me crucé con Andrea. Estaba en la cola para usar el multipower, con esa mirada de concentración que asusta y sus cascos puestos. Parecía que iba a resolver el enigma de la Esfinge, pero en versión fitness.

—¡Reina del Hip Thrust! ¿Todo bien en el reino? ¿Hoy toca destrozar el suelo con el glúteo? —le solté, intentando animar el ambiente.

—Felipe, —contestó ella, sin quitarle ojo a la barra cargada de discos— hoy me toca sentadilla búlgara. Y no sé si voy a salir viva de esta. Llevo un par de semanas que, cuando bajo, siento un pinchazo aquí, en la cadera. Como si tuviera un alambre de espino intentando escaparse.

Me sorprendió. Andrea no se quejaba nunca. Ella era la roca, la que siempre tenía un plan de ataque, un RIR calculado con precisión suiza, un músculo que aislar y una cara de póquer que ni el mejor jugador de Texas Hold'em.

—¿Y qué vas a hacer, cambiar el pinchazo por un esguince? ¿Meter menos peso? ¿Cambiar de ejercicio? ¿O directamente pedir que te corten la pierna y listo? —le pregunté, con mi habitual tacto.

Ella suspiró.

—Pues no sé. He estado mirando vídeos de estiramientos de liberación miofascial... Y creo que voy a probar con un rodillo. A ver si "libero" algo. Pero vamos, que para ganar más fuerza en el glúteo, esto es lo que toca. Hay que sufrir.

La vi hacer su primera serie. Era como ver a un robot intentar bailar breakdance. Fuerte como un toro, sí, pero rígida como una tabla. El pinchazo, supongo, seguía ahí, haciendo de las suyas. Pensaba en los kilos, en la hipertrofia, en el objetivo final. Pero no en el "cómo" se sentía el cuerpo al hacerlo. Era la viva imagen del "quiero el resultado, me da igual el camino y si me rompo algo".

Y ahí es donde la jodemos. Nos obsesionamos con el destino. Con levantar más peso, con tener más músculo, con esa foto de Instagram perfecta que te hace parecer que te has comido al Capitán América. Y nos olvidamos del viaje. De cómo se mueve el cuerpo. De si la articulación está contenta o si le estamos metiendo un tornillo por donde no debe. Como Andrea, intentando arreglar un motor con un destornillador de juguete.

Yo lo veo en la sentadilla. La reina de los ejercicios. La madre de todas las posturas. La que te hace sentir invencible o como un Playmobil oxidado, dependiendo del día. Todo el mundo quiere hacerla profunda, con peso, con la barra a la espalda, el cuerpo de un dios griego... Pero, ¿cuántos se paran a pensar en cómo llegan hasta abajo? ¿En si las rodillas se quejan como abuelas en un parque, si la espalda se redondea como un jorobado de Notre Dame, si los tobillos parecen de madera de pino?

La mayoría vamos a lo bruto. Si duele, echamos más huevos. Si no baja, le metemos más estiramientos al tuntún. Como Andrea con su rodillo, buscando una solución rápida y superficial para un problema que, en realidad, es más profundo que el último capítulo de Juego de Tronos. Es como intentar arreglar un agujero en el tejado con una tirita. Pues no, macho, no funciona así.

Y esa es la moraleja que he aprendido a base de golpes, pinchazos y alguna que otra lágrima: que el problema casi nunca es la falta de fuerza, sino la falta de inteligencia en el movimiento. El cuerpo es una máquina compleja, una orquesta donde cada instrumento tiene que sonar en armonía. Y si tus tobillos parecen de hormigón o tus caderas están más tiesas que un ladrillo, la melodía de la sentadilla va a sonar a un gato atropellado. No puedes pretender hacer una sentadilla perfecta si una pieza no encaja. Es de cajón.

Ahí es donde Enso Movers, con los Pablos al frente, te saca de la ignorancia y te enseña a tocar la puta orquesta. Ellos te enseñan a no ir a lo loco. Te enseñan que la sentadilla no es solo "bajar y subir", sino una sinfonía de movimientos. Te hacen un puto mapa, no solo del destino, sino de cada piedra en el camino y cada bache que te puedes encontrar. Te cogen de la mano para que no te despeñes.

Y te lo cuento porque, precisamente, han sacado un chiringuito nuevo que es la solución para todos esos pinchazos, rigideces y frustraciones con la sentadilla. Un producto digital que se llama "Protocolo Squat". Ni más ni menos. Es el manual de instrucciones definitivo para que dejes de hacer la sentadilla a lo tonto y empieces a entenderla. Te guían paso a paso para que consigas esa sentadilla profunda sin pinchazos, sin dolor, y sin sentirte como un mueble del Ikea mal montado que está a punto de desarmarse. Es la ingeniería alemana aplicada a tus piernas.

Si estás hasta las narices de que la sentadilla te duela, te frustre, o simplemente quieras hacerla mejor que tu cuñado en la próxima comida familiar (que lo harás, te lo prometo), hazte un favor. No seas como Andrea, intentando apagar fuegos con un rodillo de espuma. Ve a la raíz del problema. Invierte en saber cómo funciona tu cuerpo, no en parches.

Aquí tienes el enlace. Tú verás si quieres seguir en la cola del infierno de los pinchazos o empezar a moverte de verdad. La decisión es tuya, crack.

[El mapa de la sentadilla que deseas]

Felipe.

P.D.: Creo que voy a tener que enseñarle a Andrea este protocolo. Así me quito de encima sus quejas y de paso, le demuestro que hay vida más allá del hip thrust y que se puede sentadillear sin parecer un robot oxidado.

Enso Movers
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