Me acuesto y la sábana se me pega al cuerpo como un puto film transparente.
Doy media vuelta y aterrizo en el lado del colchón que mi propio sudor ya ha declarado zona catastrófica. Es inútil. Estoy durmiendo dentro de una sopa tibia de mí mismo.
Y para rematar la fiesta, el cabrón del mosquito.
No es un mosquito normal. Es un terrorista del aire con ínfulas de piloto de caza. El hijo de puta no pica. No. Él hace pasadas de reconocimiento. Me zumba en el oído, se calla cinco segundos para que yo piense que se ha ido, y justo cuando me estoy relajando… ZZZZZZZZZ.
Son las 3 de la mañana y, después de intentar aplastarlo contra mi propia cara por séptima vez, tomo una decisión.
“Mañana a las 6 en pie”.
Mi cerebro, frito por el calor y la guerra psicológica, protesta: “¿Pero tú eres gilipollas? ¿A las 6?”.
Para ir a escalar. Con la fresca. Antes de que el sol convierta la roca en una puta parrilla - Le contesto
Suena la alarma. 6:00 AM.
El sonido del infierno.
El primer pensamiento es un “ME CAGO EN MI PUTA VIDA” en mayúsculas. El segundo es buscar una excusa. Cualquiera.
Pero entonces lo pienso bien.
Vamos a ver, pedazo de animal. Te levantas todos los putos días a horas de mierda para ir a currar, para aguantar a tu jefe, para hacer cosas que odias con toda tu alma. ¿Y no te vas a levantar pronto para hacer algo que, en teoría, te FLIPA?
Sería de una estupidez cósmica.
Así que salgo de la cama. Me visto a oscuras, tropezando con todo, maldiciendo mi existencia, y salgo a la calle.
La calle está vacía. El aire, fresco. Esa sensación de ser el único pringao despierto del mundo, pero a la vez el más listo.
Conduzco hasta el quinto pino, donde empiezan las montañas y se acaba la cobertura. Bendita ausencia de cobertura. El móvil se convierte en un ladrillo inútil. Un pisapapeles caro. Adiós, notificaciones. Adiós, mundo.
Llego a la roca y estoy solo. Completamente solo. El sol empieza a asomar por detrás de una montaña, tiñendo el cielo de un naranja y un rosa que ni el mejor filtro de Instagram. El silencio es tan denso que casi se puede tocar.
Empiezo a escalar.
La roca está fría. Perfecta. La fricción de los dedos y los pies es brutal, me quedo pegado. No como al mediodía, que la piedra suda y mis manos resbalan como si estuvieran untadas en mantequilla.
Soy solo yo, la roca y mi respiración. Sin prisas, sin nadie esperando. Un movimiento, después otro. El mundo se reduce a eso. A encontrar el siguiente agarre.
Es un par de horas que parecen un fin de semana entero.
Y luego, la vuelta.
Mientras conduzco de regreso a la civilización, el mundo empieza a despertarse. Veo a la gente salir de sus portales con cara de sueño, corriendo para no perder el bus, metiéndose en el atasco de las 8 de la mañana.
Y yo, con el cuerpo cansado pero la cabeza limpia como una patena, siento una satisfacción de la hostia. Una chulería interna. "Vosotros vais, yo ya he vuelto. Ya he hecho mi movida."
Ese sentimiento, colega, es adictivo.
Y es aquí, conduciendo de vuelta, con esa sensación de ser el puto amo del universo, cuando me doy cuenta. El verdadero esfuerzo no ha sido la escalada.
El verdadero esfuerzo fue salir de la cama a las 6 de la mañana. Superar esa primera barrera de pereza y gilipollez.
El resto es la recompensa.
Esto es exactamente lo que pasa con la movilidad. El problema no es hacer los ejercicios. El problema es empezar. Es la misma pereza, la misma voz en tu cabeza que te dice "uf, qué palo… ya mañana".
Por eso los Pablos se sacaron de la manga el “Protocolo Bambú”.
Suena a ensalada de un restaurante vegano, lo sé. Pero es solo necesitas un empujón para que superes esa barrera de mierda y empieces a moverte.
Si te pica la curiosidad el mapa para empezar es este:
https://ensomovers.com/protocolo-bambu/
Ahí lo tienes. Ahora tú verás si te quedas pegado a la sábana o te pones las pilas.
Felipe.
P.D.: La siesta que me voy a echar ahora va a ser de campeonato. A veces, el sufrimiento inicial tiene doble recompensa.
P.D. 2: Si mis emails te dan más calor que el asfalto a las 3 de la tarde, aquí tienes la salida de emergencia. Si no, síguelos en redes. Ver el sufrimiento ajeno siempre refresca un poco.
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