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El otro día vi a Andrea en su semana de descarga.
Para los que no habláis "gymés", una semana de descarga es cuando, por prescripción, tienes que entrenar más suave para que el cuerpo se recupere. Es como cuando el médico te dice que te tomes unas vacaciones. Se supone que es algo bueno.
Pues Andrea tenía la misma cara de felicidad que si le hubieran embargado el coche. Estaba sentada en un banco, mirando su móvil, con la mirada perdida. Parecía un león enjaulado en el zoo. Un puto T-Rex al que le han cambiado el chuletón por una ensalada de brócoli.
Me acerqué con la sutileza de un elefante en una cacharrería.
—¿Qué pasa, tía? ¿Te han cancelado la nueva temporada de 'La Isla de las Tentaciones'?
—Peor —me dijo, sin levantar la vista—. Estoy en descarga. Me siento... inútil. Fofa. Como si me estuviera encogiendo por momentos.
Me reí.
—Joder, Andrea, es una semana. Podrías aprovechar para, no sé, ¿hacer algo que no sea levantar cosas pesadas? ¿Ir al cine? ¿Pasear? ¿Intentar tocarte los pies sin que parezca que vas a explotar?
Y entonces me soltó la frase. La mentira. La que todos nos hemos contado alguna vez.
—No puedo, Felipe. Si quiero mantener mis marcas, no puedo permitirme el lujo de desviarme del plan. Cada caloría, cada serie, cada descanso... todo está calculado. Es el precio que hay que pagar.
El precio que hay que pagar.
Qué frase tan bonita. Y qué puta mentira tan grande.
Lo que no me estaba diciendo no era "no puedo". Era "no quiero". O peor aún: "no sé cómo coño hacer otra cosa".
Andrea ha construido una fortaleza de hábitos y rutinas tan perfecta que se ha quedado atrapada dentro. Su plan no es un mapa, es una puta celda. Y la idea de salir de esa celda, aunque sea por un día, le da más pánico que una serie de 20 repes en sentadilla pesada.
Y me di cuenta de que yo he estado en esa misma puta celda. Con otros barrotes, pero la misma mierda. La celda de "no tengo tiempo". La celda de "yo es que soy así". La celda de "a mi edad ya no puedo aprender eso".
Son mentiras. Muros que construimos con excusas para no tener que enfrentarnos a la verdad incómoda: que estamos acojonados. Acojonados de fallar. Acojonados de no saber. Acojonados de descubrir que, si nos quitan nuestra rutina, no sabemos ni quién coño somos.
Y esa, joder, es la diferencia entre un entrenador de mierda y uno de verdad.
Un entrenador de mierda te da una hoja de cálculo. Más peso, más repes. Calla y tira.
Un entrenador de verdad se sienta contigo, te mira a los ojos y te hace la pregunta que no quieres oír: "Vale, pero... ¿qué mentira te estás contando?".
Un buen entrenador no solo te enseña a moverte. Te enseña a mirar. A ver dónde te estás autosaboteando. A reconocer las excusas que usas como si fueran ladrillos. Y te acompaña, sin juzgarte como un gilipollas, a derribar esos muros.
Ese es el verdadero 'onlain coaxin'.
Y te cuento todo este rollo porque los Pablos acaban de abrir las puertas de su particular centro de demoliciones.
Ya están abiertas las plazas para el Online Coaching del trimestre de octubre-diciembre.
Y si estás pensando "joder, todavía falta un montón", estás construyendo tu primer muro.
Antes de empezar en octubre, los Pablos y su séquito de entrenadores te hacen una evaluación inicial para conocer cada una de tus mentiras, cada uno de tus miedos y cada uno de tus tornillos mal apretados para poder construirte un plan de fuga a medida.
Así que no, no es pronto. Es el momento de dejar de contarte cuentos.
Si estás hasta los cojones de vivir en la misma celda, aquí tienes una palanca.
[Quiero un plan para derribar mis muros]
Tú verás si la usas.
Felipe.
P.D.: Le volví a preguntar a Andrea si quería ir al cine. Me dijo que hoy le tocaba PR de sentadilla y no tenía tiempo para crisis existenciales. Allá ella. Hay celdas muy cómodas. |