Hace un par de años, antes de conocer a los Pablos y de venderles mi alma a cambio de movilidad, yo era otro hombre.

Era un hombre con un sueño. Y una libreta.

Llegó septiembre y me poseyó el espíritu de los nuevos comienzos. "Este es el año", me dije. "Este es el año en que dejo de ser un pringao y me convierto en un puto superhéroe".

Así que hice una lista. Mi carta a los Reyes Magos del fitness. Y no me corté un pelo:

  • Hacer 10 dominadas estrictas.
  • Aprender el pino libre (mínimo 30 segundos).
  • Mejorar mi sentadilla profunda hasta que el culo rozara el suelo.
  • Llegar al split frontal.
  • Dominar la full planche.
  • Conseguir la bandera humana.

Y ya que estaba, aprender a caminar sobre las manos en círculos... mientras silbaba el himno de la alegría.

Mi libreta de entrenamiento parecía el guion de la próxima película de Marvel. Yo era todos los Vengadores a la vez.

El primer mes fue una fiesta. Lunes, un poquito de pino. Martes, a intentar abrirme de piernas. Miércoles, a colgarme de la barra como un jamón. Iba picoteando de todo, como en un bufé libre.

El segundo mes, la fiesta se acabó. No había avanzado una mierda en nada. Mis dominadas seguían siendo un espasmo de pescadilla. Mi pino duraba lo que un estornudo. Y mi split... digamos que mis aductores me declararon la guerra y me impusieron un bloqueo comercial.

Al tercer mes, estaba fundido. Agotado. Y, sobre todo, frustrado. La libreta de superhéroe se había convertido en un diario de fracasos.

Un día, estaba en el parque, intentando hacer una progresión de plancha que había visto en YouTube, temblando como un chihuahua con frío y con cara de estar cagando un ladrillo.

Y entonces, se materializó a mi lado. Pai-Do Mei. El susurrador de la tensegridad somática. El Yoda del movement.

Me observó en silencio durante un rato, con esa mirada que parece que te está analizando el alma, y cuando estaba a punto de rendirme, soltó una de sus perlas:

—Elige menos batallas y lúchalas a fondo.

Y se piró.

Me quedé ahí, tirado, con la frase rebotando en mi cabeza. Al principio no entendí una mierda, como siempre. Pero luego, mi cerebro de pringao hizo "clic".

Traducción de Felipe: "Que dejes de hacer el gilipollas intentando ser Spiderman, Rambo y un gimnasta olímpico a la vez. Céntrate, cenutrio".

Y esa, joder, es la diferencia entre un deseo y un plan.

Mi lista no era un plan. Eran los delirios de un flipado. Quería todo, y lo quería ya. Y al final no conseguí nada.

Porque si intentas cazar siete conejos a la vez, te vas a casa con hambre y con los cordones desatados.

Y sé que ahora mismo, con la vuelta al cole, tu cabeza está haciendo la misma puta lista de la compra de superhéroe que hice yo. Lo sé porque todos somos iguales.

Por eso te escribo. Para que no te la pegues como yo.

Los Pablos acaban de abrir las plazas para la nueva temporada de tortura: el Online Coaching del trimestre de octubre a diciembre.

Y sé lo que estás pensando: "Joder, Felipe, pero si estamos en agosto".

Ya. Pero hay dos cosas que no sabes:

1. Las plazas vuelan, porque hay más gente como nosotros de la que te crees.

2. (Y más importante): antes de empezar, los Pablos te someten a un interrogatorio. Un escáner. Una evaluación inicial para saber de qué pie cojeas y diseñarte un plan a medida. Y todo ese proceso, ese "pasar por el taller", tiene que estar hecho en septiembre.

Con ellos no vas a tener una lista de siete deseos. Vas a tener un puto plan de batallas. Y las herramientas para ganarlas de una puta vez.

Si estás hasta los cojones de cazar conejos y quieres llevarte uno a casa este trimestre, aquí tienes el chivatazo.

[Quiero un plan para dejar de hacer el gilipollas]

Hazlo por tu yo del pasado.

Felipe.

P.D.: De mi lista de superhéroe, ¿sabes qué? He conseguido un par de cosas. Lento. Con un plan. Y todavía no sé silbar el himno de la alegría. Todo a su tiempo.

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