He tocado fondo.

Mi dignidad, mi orgullo como hombre, mi autoproclamada capacidad para construir cosas... todo yace hecho añicos en el suelo de mi salón, junto a un tornillo que no sé de dónde coño ha salido.

Todo empezó el sábado. Con una caja. Un ataúd de cartón para mi fin de semana. Dentro, mi nueva estantería. Un monstruo de conglomerado sueco con un nombre impronunciable que sonaba como el de un demonio menor de la mitología nórdica.

"Pfff, esto me lo monto yo en media hora", me dije, con la misma arrogancia con la que aquel día intenté hacer un back lever y casi me arranco los bíceps.

Abrí la caja. Saqué las instrucciones. Un papiro de jeroglíficos sin una sola palabra. Solo dibujos de un monigote sonriente que me miraba con condescendencia.

"Para lerdos", pensé. Y las tiré a un lado.

Vi la bolsita de las herramientas. Y ahí estaba. La némesis de todo hombre que se precie. La puta llave Allen. Esa L de metal ridícula.

"JA", me reí en voz alta. "Yo tengo herramientas de verdad".

Y saqué mi destornillador eléctrico. Una bestia con batería de litio y par de apriete regulable. El Excálibur de los chapuzas.

Empecé a montar. Y todo empezó a irse a la mierda.

Los tornillos entraban torcidos. Apreté uno con demasiada ansia y escuché el crujido de la madera barata rindiéndose. Puse un panel del revés. La estructura se tambaleaba como un flan en un terremoto.

Dos horas después, estaba sudando, jurando en arameo y con una cosa delante que parecía un Frankenstein de la carpintería. Nada encajaba.

Derrotado, humillado por un puzzle para adultos, recogí las instrucciones del suelo. Y me fijé en un detalle. En el dibujo, el monigote sonriente usaba la puta llave Allen.

Y entonces, en un destello de lucidez, lo entendí.

La llave Allen no es una mierda de herramienta. Es una herramienta DE PRECISIÓN. Está diseñada para que apliques la fuerza justa. Es la herramienta perfecta para ESE trabajo de mierda. No es una debilidad, es la puta solución inteligente.

Y mientras apretaba el último tornillo, me di cuenta.

ESTA MIERDA ES EXACTAMENTE LO MISMO QUE EL CALZADO.

Llevo años escuchando a los puristas del "berfut". A los talibanes de lo "natural". "El pie tiene que ser libre", "las zapatillas son una cárcel"... Y es la misma gilipollez que pensaba yo con mi destornillador eléctrico.

Y que no me venga el típico apóstol del pie libre a darme la chapa. Los Pablos son los primeros que te dicen que vayas descalzo por casa y que uses calzado minimalista para ir a por el pan.

Pero una cosa es ir a comprar el pan y otra muy distinta es meterte 150 kilos en la espalda. Usar un zapato específico durante los 30 minutos que dura tu sesión de sentadillas no te va a convertir los pies en dos pezuñas de cerdo. Lo que importa es qué coño haces las otras 112 horas que estás despierto a la semana.

Hay gente que, por su anatomía, por sus palancas, por su tobillo de Playmobil, no puede hacer una sentadilla profunda sin que su espalda se convierta en un interrogante. Y para esa gente, una zapatilla de halterofilia no es una trampa. Es la puta llave Allen. La herramienta inteligente que te permite hacer el trabajo bien.

La cosa es que los Pablos, que de esto saben más que el monigote de IKEA, acaban de sacar un vídeo donde te explican esto mismo, pero con palabras de listo.

Te desmonta toda la tontería de la "falacia naturalista" y te explica, como si fueras tonto (como yo), cuándo, cómo y por qué usar estas zapatillas.

Si tú también estás en esa guerra interna entre lo que "deberías" hacer y lo que tu cuerpo te deja hacer, míratelo.

[El manual de instrucciones para tus pies (y tu sentadilla)]

Yo, por mi parte, tengo una estantería perfectamente montada. Y una lección de humildad que me ha costado dos horas de mi vida y un tornillo sobrante que me va a dar pesadillas durante semanas.

Felipe.

P.D.: Usar una herramienta que te ayuda a hacer algo mejor y de forma más segura no es hacer trampa. Es dejar de ser un puto cabezón. Ahí lo dejo.

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