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Tenía que haberlo sabido.
Las señales estaban ahí. El sol brillaba demasiado. Los pájaros cantaban con un optimismo sospechoso. Era un día de esos en los que el universo te pone una piel de plátano en el camino y se sienta con un bol de palomitas a esperar a que te la pegues.
Y yo, como soy un genio, fui directo a por ella.
Estaba en el parque, en la zona de las barras, haciendo mis movidas. Y entonces lo vi. Un chaval que no tendría más de 20 años se subió a unas anillas y, sin despeinarse, se puso a hacer un 'back lever'.
Si no sabes lo que es, imagínate intentar volar como Superman, pero con los brazos estirados hacia atrás como si un niño gigante te estuviera usando de tirachinas humano. Es una de esas posturas que desafían la gravedad, la anatomía y el puto sentido común.
Y mi cerebro, en lugar de decir "qué jodida maravilla, eso tiene que costar la vida", lo que dijo fue:
"Pfff, tampoco parece para tanto".
Error.
"Es solo fuerza de hombro y tener el core apretado, ¿no?", pensé, con la arrogancia del que no tiene ni puta idea. "Yo tengo fuerza. Yo aprieto el core. Yo puedo hacer eso".
Doble error.
Esperé a que el chaval se fuera, no fuera a ser que me tuviera que rescatar y me hundiera en la miseria. Me acerqué a las anillas. Las agarré. Respiré hondo, me sentía como un gimnasta olímpico a punto de hacer historia.
Y me lancé.
Lo que pasó en los siguientes tres segundos fue una sinfonía de terror anatómico.
Lo primero que noté fue un grito. No un grito mío, no. Un grito que venía de dentro, de muy adentro. Era mi bíceps. Ambos, en perfecta armonía. Sentí cómo el tendón que une el músculo al codo se estiraba como un chicle a punto de romperse, y me envió un mensaje clarísimo y en mayúsculas: "¡¿PERO TÚ ERES IDIOTA?!".
Acto seguido, mis hombros se unieron a la fiesta y me enviaron un burofax urgente anunciando su dimisión inmediata. Mis abdominales, que yo creía que eran de acero, se convirtieron en un flan de vainilla y me abandonaron.
Y la gravedad, esa hija de puta, decidió que ese día iba a pesar el triple.
Mi cuerpo se plegó como una silla de playa barata. Caí al suelo con la misma dignidad que un saco de estiércol. Me quedé ahí, tirado en la tierra, mirando al cielo y preguntándome si era posible que te saliera una hernia discal por pura humillación.
Y ahí, en mi lecho de fracaso, lo entendí.
El problema no era la fuerza. El problema es que soy un completo y absoluto imbécil.
Hay ejercicios que no se pueden atacar a lo bestia. Son una puta receta de cocina. Y si te saltas los primeros cinco pasos porque tienes prisa, no te va a salir un bizcocho, te va a salir un ladrillo incomestible.
Hay que ganarse el derecho a intentarlo. Hay que tener los putos requisitos.
Y mientras me levantaba sobándome el ego (y los bíceps), recordé que los Pablos, esos arquitectos del sufrimiento, ya habían hablado de esta brujería.
Han sacado un vídeo nuevo en YouTube donde destripan el 'back lever' pieza por pieza. No es un tutorial de "mira qué guay soy". No. Es el puto manual de instrucciones que yo necesitaba antes de intentar mi suicidio articular.
Te explican qué coño tienes que tener preparado ANTES de ni siquiera soñar con ponerte boca abajo. Las progresiones, paso a paso, para que no te dejes los tendones en el intento. Los errores más comunes del novato flipado (hola, soy yo).
En resumen: la receta completa para que no acabes como yo, tirado en el suelo y con la autoestima en el inframundo.
Si alguna vez has visto a alguien hacer esta locura y has pensado "yo quiero", hazte un favor y mírate esto primero.
[El manual para que tus bíceps no se divorcien de ti]
Yo, por mi parte, voy a meter mis brazos en un bol con hielo y a pedirles perdón durante las próximas 48 horas. Creo que nuestra relación no volverá a ser la misma.
Felipe.
P.D.: Lo peor de todo es que, justo cuando estaba en el suelo, pasó una señora paseando un caniche y me preguntó si estaba bien. Le dije que estaba meditando. No sé si se lo tragó. El caniche seguro que no. Me miró con pena. |