El otro día presencié un milagro.

Algo más raro que ver a un político admitir que no tiene ni puta idea. Algo más improbable que encontrar dos calcetines iguales en el cesto de la ropa sucia. Algo que la ciencia creía imposible.

Andrea, la Reina del Hip Thrust, la emperatriz del press de banca, la tía que usa discos de 20 kg como si fueran frisbees...

Me pidió ayuda.

Bueno, no me lo pidió así, claro. Su orgullo es más grande que su PR de peso muerto y probablemente tenga su propio código postal. Pero se acercó a mi rincón de los raritos, donde yo estaba intentando que mis piernas se divorciaran de mi pelvis (un ejercicio que los Pablos llaman "Pancake"), y se quedó mirando.

Fingía que miraba el móvil, pero yo sabía que me estaba observando de reojo. Tenía esa mirada de agente del CSI intentando descifrar un jeroglífico. Sonó la alarma en mi cabeza. El detector de orgullo herido disfrazado de pregunta científica se puso a pitar como un loco.

Finalmente, carraspeó y, como quien no quiere la cosa, soltó:

—Oye, Felipe. Una pregunta técnica...

"Ya está", pensé. "Ahí viene".

—Últimamente noto como... como un ligero pinzamiento en la cadera al romper la paralela en sentadilla. He revisado el 'timing' neuromuscular, mi ratio de activación glúteo-femoral parece óptimo... pero hay algo que me bloquea. ¿A ti no te pasa?

La dejé hablar. Asentí con cara de psicólogo de Beverly Hills, poniendo cara de interesante mientras por dentro me estaba partiendo el culo.

—Y en el hip thrust, no sé...

La corté en seco.

—Lo que te pasa, Andrea —le solté, mirándola a los ojos—, es que tienes los aductores más tensos que la cuerda de un funambulista con sobrepeso. Tienes la movilidad lateral de un Playmobil pegado a su base.

Se quedó callada. Le acababa de dar una bofetada de realidad envuelta en dos metáforas de mierda.

—Eres la tía más fuerte de este puto gimnasio —continué—. Eres como un tren de mercancías: imparable en línea recta. Pero si te sales un milímetro de la vía, descarrilas. Toda tu fuerza va para adelante y para atrás. En el momento en que le pides a tu cuerpo que se abra hacia los lados, tu sistema nervioso se pone en modo "ALERTA ROJA, INTRUSO" y echa el freno de mano.

Su cara pasó del escepticismo a la más pura y jodida resignación. Porque en el fondo sabía que era verdad.

—¿Y esta mierda que haces tú sirve para eso? —me preguntó, señalando mi postura, que en ese momento se parecía a un intento fallido de la policía de dibujar la silueta de una víctima en el suelo.

—Esta "mierda", como tú la llamas, es la llave. Es enseñarle a tu cerebro que abrir las piernas no es sinónimo de muerte inminente. Es darle libertad a tu cadera para que luego, cuando te metas debajo de una barra, esa libertad se traduzca en más profundidad, más fuerza y menos "pinzamientos" de los cojones.

Y ahí está la trampa en la que caen los más fuertes. Se hacen tan buenos en una cosa, que se olvidan de que el cuerpo tiene más posibilidades que un puto compás.

El caso es que los Pablos, que conocen a las "Andreas" del mundo mejor que sus propias madres, ya habían pensado en esto. Sabían que había un montón de gente fuerte, disciplinada, pero que había chocado contra el mismo muro de hormigón.

Así que crearon un plan. Un protocolo. Un puto manual de desatascos para caderas oxidadas.

Lo llamaron Protocolo Pancake.

Un programa específico, paso a paso, diseñado para que ganes movilidad en la cadera de una puta vez. Para que dejes de ser un prisionero de tus propios músculos y puedas sentarte en el suelo con las piernas abiertas sin que tu cuerpo llame a la policía.

Si a ti también te suena la historia de Andrea, si eres fuerte pero te sientes más rígido que un palo de escoba, échale un ojo.

[El protocolo para desbloquear tus caderas (y tu sentadilla)]

Es el antídoto perfecto para los que solo sabemos empujar para adelante.

Felipe.

P.D.: Al final, Andrea, con la boca pequeña, me preguntó: "¿Y eso se puede entrenar?". Le dije que sí. No le quise contar que había un programa entero para eso. Mi venganza será verla sufrir como yo, con esa cara de concentración y dolor que pones cuando intentas cagar después de una semana comiendo solo queso. Será glorioso. Palomitas voy a traer.

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