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Me vine arriba.
No hay otra explicación. Vi tres vídeos en YouTube y de repente me sentí un ingeniero de la NASA. Un hombre de verdad. Un puto titán de la mecánica.
Mi furgoneta necesitaba un cambio de aceite y, por primera vez en mi vida, en lugar de arrastrarme al taller con cara de cordero degollado y la cartera temblando, decidí que lo iba a hacer yo.
“¿Qué puede salir mal?”, me dije. Una frase que debería estar prohibida por ley.
Compré las herramientas. Unas llaves brillantes, impolutas. Me sentía poderoso. Me puse unos guantes de nitrilo, como en las pelis, y abrí el capó con la solemnidad de un cirujano a punto de hacer un trasplante de corazón.
Todo iba de puta madre. Localicé el tornillo del cárter. Coloqué la llave. Hice fuerza.
Y entonces escuché ese ruidito.
Ese "clack" sutil y cabrón. Ese sonido que no debería estar ahí. El sonido de la rosca de un tornillo rindiéndose. El sonido de mi cuenta corriente llorando en silencio.
Me había cargado el puto tornillo. Lo había pasado de rosca.
Cualquier persona normal se habría cagado en la puta y habría llamado a una grúa.
Pero yo me quedé ahí, con las manos llenas de grasa y la dignidad por los suelos y, no sé por qué, sonreí.
Porque me di cuenta de una cosa. Ese tornillo no era una derrota. Era una medalla. Era la última muesca en mi revólver de cagadas gloriosas. Se unía al lavavajillas que intenté arreglar y que ahora vive en el punto limpio. Al cementerio de ordenadores portátiles a los que les hice una autopsia con un destornillador de los chinos.
Vivimos en un mundo que solo nos enseña la foto del final. El "antes y el después". El éxito. Vemos a los putos amos del movimiento haciendo cosas increíbles y pensamos que han nacido así, que un día se levantaron de la cama y dijeron: "creo que hoy voy a hacer un pino a una mano".
Y es mentira.
Detrás de cada pro hay un currículum oculto de fracasos. Una montaña de hostias. Un pasado oscuro de haber sido un completo y absoluto patán.
El secreto no es no cagarla nunca. El secreto es cagarla, entender por qué la has cagado, y volver a intentarlo siendo un poquito menos gilipollas que la vez anterior. El progreso no es una línea recta hacia arriba. Es un puto electrocardiograma de un epiléptico.
Y en el entrenamiento, joder, es exactamente lo mismo.
Nos pasamos la vida con miedo. Miedo a hacer un ejercicio mal. Miedo a que nos miren. Miedo a lesionarnos. Miedo a no progresar. Y ese miedo nos paraliza. No hacemos nada por si acaso la cagamos.
El problema es que la vas a cagar sí o sí. Es inevitable. Es parte del juego.
Pero hay dos formas de cagarla: la forma tonta y la forma inteligente. La forma tonta es intentar reinventar la rueda tú solo, como yo con el tornillo, dándote cabezazos contra la pared hasta que algo se rompe.
La forma inteligente es dejar que otros, que ya se han dado con la cabeza en el muro más veces que un muñeco de crash test, te digan exactamente dónde está la pared para que no te la comas con patatas.
Y en el tema de tener los isquios más tiesos que la mojama, los Pablos ya la han cagado por ti. Han probado todos los métodos, se han frustrado y han perdido el tiempo para que tú no tengas que hacerlo.
Y todo ese conocimiento, todas esas cagadas destiladas, las han metido en Isquios de Goma.
No es un programa mágico para que no falles. Es la puta chuleta del examen. Es el manual para que dejes de perder el tiempo con estiramientos que no valen para nada y vayas directo a lo que funciona. Es dejar que los que ya la han cagado mil veces te ahorren novecientas noventa y nueve cagadas a ti.
Aquí te dejo el atajo.
[Quiero el manual para dejar de cagarla con mis isquios]
Yo, por mi parte, ahora tengo que buscar en YouTube "Cómo arreglar un tornillo pasado de rosca". Seguramente me cargue algo más. Y será cojonudo.
Felipe.
P.D.: La factura del mecánico por arreglar mi cagada seguramente sea más cara que este programa. Y te aseguro que no voy a aprender ni la mitad. Ahí lo dejo. |