El otro día me encontré a mi colega Javi.

Javi es un "ráner". Pero no uno de estos que salen a trotar los domingos. No. Javi es de la secta dura. De los que su reloj GPS probablemente podría guiar un cohete a la luna y te habla de sus ‘parciales’ en una cena con la seriedad de un ministro de economía.

El caso es que lo vi moverse con esa rigidez del que no quiere admitir que está fastidiado. Como un Playmobil al que se le han sentado encima.

—¿Qué pasa, Javi? ¿Te ha mirado un tuerto? —le solté, con mi habitual delicadeza.

—Qué va, tío... es el isquio. El de siempre. Me tiene frito. Pero bueno, ya estoy estirando como un loco, a ver si se pasa.

Y ahí estaba. La frase mágica. El "credo" de todo corredor con problemas.

"Estoy estirando".

No pude evitarlo. Se me escapó esa sonrisilla de cabrón, esa que pones cuando sabes algo que el otro no, y que invita a que te partan la cara.

—¿De qué te ríes, idiota? —me dijo, con razón.

—Me río porque me recuerdas a mí hace un par de años —le confesé—. Pensando que un músculo es como un chicle, que si lo estiras se alarga y ya está, problema resuelto. Un completo imbécil, vamos.

Javi me miró como si le hablara en arameo.

—Estirar es como ponerle una tirita a una herida de bala, tío. Queda bien para la foto, pero la bala sigue dentro. El problema no es que tu isquio esté "corto". El problema es que tu cerebro es una suegra italiana con él.

Se hizo el silencio. Javi estaba decidiendo si darme una colleja o pedirme el número de mi camello.

—Piénsalo —continué, ya embalado—. Tu cerebro ve que tu isquio se acerca a una zona de peligro, a un rango de movimiento donde no tiene fuerza. Y en lugar de decir "ten cuidadito", se vuelve loco y grita: "¡NON TOCCARE, DISGRAZIATO!". Y para asegurarse de que le haces caso, le tira un ladrillo. Ese ladrillo es tu contractura, tu rigidez, tu dolor. Es un puto mecanismo de defensa, no una falta de elasticidad.

Me miró, por primera vez, con algo de interés.

—Mira, no te voy a soltar yo la chapa, que bastante tengo con sobrevivir a mis propios entrenos. Pero toda esta historia me la han taladrado en la cabeza los Pablos. Y da la casualidad de que el otro día estuvieron de cháchara sobre justo esto en otro podcast, el de Marc Bañuls. Se ve que el tema de la movilidad empieza a sonar entre la gente que corre.

Le saqué el móvil.

—Escúchatelo. Estuvieron una hora explicando por qué el concepto de estirar es erróneo, cómo empezar a trabajar la movilidad si en tu vida has hecho algo más que apoyar el talón en un banco, los puntos clave para los que os dedicáis a gastar zapatilla y cómo integrar esta tortura en vuestras rutinas.

Le pasé el enlace.

—Hazme caso. Es la chapa más rentable que vas a oír en mucho tiempo.

Y ahora te lo paso a ti, que no se diga que no comparto los chivatazos buenos.

[La entrevista que tu isquio (y el resto de tu cuerpo) quieren que escuches]

Ahora, si me disculpas, voy a seguir con lo mío. Que hoy toca una cosa que los Pablos llaman "locomoción de cangrejo", que se traduce en ponerme a cuatro patas mirando al techo e intentar avanzar. Básicamente, parezco un mueble de Ikea al que le han montado las patas al revés y que está intentando huir de su creador.

Felipe.

P.D.: La próxima vez que sientas esa tirantez y tu primer instinto sea ir a estirar como un poseso, recuerda a la suegra italiana y no seas un cenutrio.

P.D. 2: Ya sabes. Si mis correos te tocan la fibra (la sensible, no la muscular), ahí tienes la puerta. Si quieres seguir al día de nuestras miserias, síguelos en redes.

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