Estaba yo el otro día en el bar, de tranquis, disfrutando del noble arte de ver la vida pasar mientras una cerveza fría suda en mi mano.

A mi lado, Andrea.

Para que te hagas una idea, Andrea es a su gimnasio lo que Messi era al Barça. La puta jefa. Una máquina de mover kilos con una técnica que da gusto ver.

Pero tenía una cara que no era ni medio normal. La misma que se me pone a mí cuando los Pablos me susurran "hoy tocan side splits".

—¿Qué pasa, Reina del Hip Thrust? —le digo—. Tienes más tensión que el arco de Legolas.

Ella remueve su Coca-Cola Zero con el dedo, como si intentara abrir un portal a otra dimensión donde los problemas no existen.

—Uf, no me hables. Estoy hasta el coño del hip thrust.

Casi escupo la cerveza.

—¿Perdona? ¿Tú? ¿La mujer que tiene un altar a Bret Contreras en su salón? Si te oyeran tus seguidores te hacían un unfollow masivo.

—Que no, gilipollas —responde, pero sin la energía de siempre—. Me encanta el ejercicio. Lo que me jode es que no avanzo. Llevo tres putos meses estancada en 140 kilos. Tres. Y no hay manera. He probado de todo: semanas de descarga, meter más series, cambiar a rangos de fuerza... y nada. Estoy haciendo el mismo puto entreno una y otra vez. Es como el Día de la Marmota pero con el culo en pompa.

Me quedo callado. Y joder, la entiendo.

Esa sensación de estar dándote cabezazos contra la misma pared. De poner todo el esfuerzo del mundo para seguir exactamente en el mismo sitio. Es lo peor.

Le doy un sorbo a mi cerveza, me pongo en modo sabio de barra de bar y le cuento mi última movida.

—A mí me pasó algo parecido con la sentadilla a una pierna, la pistol. Me quedaba a mitad de camino y me iba de culo al suelo. Siempre. Era frustrante de cojones. Se lo dije a los Pablos, esperando que me dijeran ‘pues haz más repeticiones’ o alguna mierda así.

—¿Y qué te dijeron? —pregunta, con un hilo de curiosidad en la voz.

—Me miraron, se rieron en mi puta cara (con cariño, pero se rieron) y me quitaron la pistol del programa. Durante un mes entero.

Andrea levanta una ceja. Esto ya se sale de su manual.

—Mi único ejercicio de pierna —continúo— fue lo que ellos llaman la 'Sentadilla 4D', que es su coña por las cuatro direcciones. Una gilipollez. A los Pablos les gusta meter bromitas ocultas.

El caso: Te pones de pie, a la pata coja, e intentas llevar el otro pie lo más lejos posible en todas las direcciones. Hacia delante, hacia el lado, en diagonal... sin perder el equilibrio. Parecía un puto compás borracho.

—¿Y ya está? —suelta, con un tono que mezcla la incredulidad y la ofensa—. ¿Y eso para qué coño sirve?

—Pues, según esos dos chiflados, mi problema no era de fuerza en el cuádriceps. El problema, que yo no veía, era que mi tobillo era más rígido que la mandíbula de un político mintiendo. No tenía la movilidad para gestionar la sentadilla a esa profundidad. Estaba intentando construir un rascacielos sobre un pantano.

Le doy el último trago a la cerveza.

—Al mes, cuando volví a probar la pistol, bajé hasta el suelo como si llevara toda la vida haciéndola. Flipé.

Andrea se quedó en silencio, mirando el gas de su Coca-Cola como si contuviera los secretos del universo. No dijo nada, pero su cara lo decía todo. Era la cara de alguien cuyo sistema operativo acaba de recibir un archivo que no sabe cómo abrir.

Y mientras la veía procesar la que le había soltado, me di cuenta de la moraleja.

Cuando te estancas, la solución casi nunca es empujar más fuerte en el mismo sitio.

Es dejar de picar en la misma puta pared y empezar a buscar una puerta. O una ventana. O un boquete en el techo. Lo que sea, pero deja de darle cabezazos al mismo ladrillo, coño.

El problema no suele estar donde miras, sino donde ni se te ha ocurrido buscar.

Supongo que por eso montaron el Protocolo Bambú. Como una especie de manual de "dónde coño mirar cuando algo no funciona en tu cuerpo". Un mapa para encontrar la causa raíz en lugar de seguir maquillando el síntoma.

En fin, ralladas de bar.

Ahí te lo dejo, por si a ti también se te está haciendo bola algún ejercicio. A lo mejor la solución no son más kilos, sino más cabeza.

[Puedes cotillear aquí el Protocolo Bambú]

Felipe.

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