Estaba yo el otro día en la playa.

En pelotas, como Dios me trajo al mundo y como la decencia me impide ir por la calle el resto del año.

La playa nudista, claro. El último bastión de la libertad. Esa sensación el aire acariciando esos sitios que normalmente solo conocen la opresión del tejido sintético…

Joder, eso es calidad de vida.

Iba todo de puta madre.

El sol calentaba lo justo, la brisa era perfecta, el sonido de las olas te metía en un trance que ni el mejor podcast de Miyamoto van der Vaart "dialogando con las mareas interiores".

Estaba yo en un estado de paz casi budista.

Y en ese preciso instante, cuando mi mente estaba más vacía que el programa electoral de un partido nuevo, un rayo de sol solitario decidió posarse en un lugar muy, muy concreto.

Y mi cerebro, que tiene un talento especial para joder los buenos momentos, lanzó la pregunta:

“Oye, Felipe. A la berenjena… ¿le echo crema solar o no?”

Se acabó la paz.

Adiós, nirvana.

Hola, bucle de ansiedad.

Porque, a ver. Por un lado, es piel. Y es una piel que no ha visto la luz del sol directa desde que Iniesta marcó el gol en Sudáfrica.

Es el blanco nuclear personificado.

El riesgo de acabar con la picha con la textura y el color de un pimiento del piquillo achicharrado era, siendo conservador, del 99,9%.

Pero, por otro… ¿quién coño se echa crema ahí? ¿Hay un protocolo para esto? ¿Se usa el mismo factor 50 que para la cara? ¿Se aplica con movimientos circulares? ¿Y si luego la arena se pega? ¿Te imaginas la sensación? Un puto rebozado. Una croqueta de carne.

Y así empezó mi estudio de campo.

Disimulando, claro. Mirando al horizonte con cara de profundo pensador, pero moviendo los ojos de abajo a arriba como un puto camaleón con estrabismo. Intentando dilucidar si el resto de especímenes masculinos de la playa habían resuelto el enigma.

Ahí estaba el turista alemán, rojo como un demonio de la cabeza a los pies, excepto en esa zona, que parecía una bombilla de bajo consumo.

Luego el hippie de setenta años, curtido como un bolso de cuero viejo, que parecía inmune a la radiación. Ni rastro de crema en ningún lado.

Te juro que no era por vicio, era por la ciencia. Pero es imposible mirar fijamente los genitales de desconocidos sin sentirte como un puto pervertido.

Mi cerebro gritaba “¡INVESTIGACIÓN!”, pero mi cara probablemente decía “hola, soy un depravado y he venido a hacer un censo de prepucios”.

Tras diez minutos de análisis infructuoso, llegué a una conclusión demoledora.

No tengo ni puta idea de lo que hace la gente. Y ellos, probablemente, tampoco.

Vivimos rodeados de gilipollas que te dan consejos de mierda.

Por un lado tienes al apocalíptico que te dice que el sol es el mismísimo Satanás, que provoca cáncer y arrugas y que deberíamos vivir en un búnker.

Por el otro, tienes al gurú de Instagram, con la piel color caoba, que te jura que el sol es vida, que la vitamina D es la respuesta a todo y que las cremas son un veneno sionista.

Y la verdad, como casi siempre, está en el puto medio. En los matices. En usar la cabeza para algo más que para llevar el capazo de la playa.

La clave no es si el sol es bueno o malo. La clave es la dosis. Es el contexto. Es saber CUÁNTO y CÓMO.

Como soy un puto rallado, y dado que mi estudio de campo no estaba dando sus frutos, decidí buscar lo que dice la 100cia.

Me leí un par de papers (leer digo. JÁ. No me lo creo ni yo. Leí el abstract y las tablas.) No te voy a mentir. No a ti . Acabé usando una de esas IAs nuevas para hacerme una mini-app que te calcula el tiempo de exposición ideal.

Una frikada, vaya.

Te la dejo aquí por si a ti también te da por usar la sesera.

Y mientras trasteaba con esto, me di cuenta.

Esto es exactamente lo que me flipa de la secta esta de Enso Movers.

Los tíos estos son los maestros del matiz. No te sueltan el típico "tienes que hacer esto y punto".

No.

Te analizan hasta la última puta variable.

El otro día, sin ir más lejos, me prepararon una tabla de Excel para registrar mi progreso en la planche que parecía sacada de la NASA.

La cabrona te calcula automáticamente la fuerza REAL que estoy haciendo, restando la asistencia de las gomas elásticas.

Claro, como Pablo Bañón es “Doctor” en Física (lo pongo con mayúsculas y comillas porque le pone cachondo el título, aunque luego vaya en tirantes como si fuera a descargar camiones), el tío no ve una simple goma. Ve un sistema de vectores y fuerzas de la hostia.

Un puto enfermo de los detalles.

Y joder, es que ahí está la magia. En dejar de hacer las cosas a lo tonto y empezar a entender por qué coño las haces.

En fin, no sé ni por qué te cuento esta movida de mi picha al sol.

Supongo que cuando descubres algo que funciona de verdad, te dan ganas de contarlo, aunque sea para justificar tus propias ralladas.

Por si te pica la curiosidad, el chiringuito donde estos dos torturan a la gente con cabeza es este.

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Ahí lo tienes. Ahora voy a seguir con lo mío, que creo que hoy toca practicar el pino y ya sudo solo de pensarlo.

Felipe.

P.D.: Al final no me eché crema. A veces hay que vivir peligrosamente. Ahora parezco un semáforo. No sigas mi ejemplo.

P.D. 2: Si ya te has cansado de mis gilipolleces, ahí tienes la puerta de salida para darte de baja. Si no, síguelos en redes, que al menos ahí el sufrimiento ajeno es gratis y te echas unas risas.

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